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Actividades de la Peña Flamenca Duende y Pureza – Pepe Molinero

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Pueblo extremeño

Pueblo extremeño

 

Me gusta mi pueblo

porque en él se escucha el silencio.

Silencio profundo

apenas roto por el leve piar de unos pajarillos.

 

Es la hora de la siesta.

La gente duerme plácidamente

mientras en la calle no se ve un alma.

A la fuerza ahorcan.

Los 43 grados a la sombra

nos trajeron esta sana costumbre de la siesta.

Me gusta mi pueblo.

 

Tenemos una piscina municipal,

que dejando de lado

los mordiscos de las hormigas rojas que pululan por el césped

es una delicia.

Su largura y profundidad,

permite nadar con soltura y placer.

La frondosidad de sus árboles,

nos proporciona más sombra de la necesaria.

Me gusta mi pueblo.

 

Este año, una vez más,

han venido unas golondrinas

que al parecer son biznietas

de las que venían cuando yo pequeño.

Apenas nos comunicamos con ellas

ni ellas con nosotros.

Intuimos por sus cánticos y aleteos, mucho regocijo

y que están agradecidas,

porque un año más no les cobraremos el hospedaje.

Se han encontrado la cama hecha

como la dejaron el año pasado.

A nosotros también nos reconforta

que les guste el alojamiento y vuelvan,

de esta forma nos alegran con sus trinos.

Me gusta mi pueblo.

 

Ya los agricultores han recolectado la mies.

Los fabricantes de tresillos cogerán las vacaciones

y los granjeros de cerdos ibéricos seguirán con su rutina día a día.

Las autoridades municipales están dando los últimos retoques

al programa de las fiestas estivales.

Anoche, por cierto, vi con sorpresa y no menos alegría,

la banda municipal con sus 70 jóvenes miembros actuando en el parque.

Nos deleitaron con una restragilá

de bonitas piezas musicales.

Algunas de ellas arregladas por su distinguido Director.

Banda y público acudimos a la cita

en el lugar más emblemático, “El parque”

Reformado como no podía ser de otra forma.

Me gusta mi pueblo.

 

Miro al campanario de las monjas,

a ese campanario tan singular por su forma,

muy propia de su época.

Mudéjar, como así se llama su estilo arquitectónico,

hoy se conserva como una joya de su tiempo.

Quizá haya sido el craquear de sus cigüeñas

o esas imágenes de verlas dormidas sobre una pata,

lo que ha dirigido muchas veces nuestra mirada a la torre,

cautivándonos su forma y su ladrillo visto.

Desde niño he seguido oyendo ese mismo craquear

desde mi corral, también conocido popularmente

como hacer el gazpacho.

Tristemente, tengo que decir, que estas cigüeñas que también se dejaron

la cama hecha un día, cuando volvieron al próximo año encontraron la puerta cerrada y han tenido que cambiar de pensión, o sea de torre.

No por ello dejo de de seguir mirando y esta vez de forma retrospectiva.

Me sitúo en el interior del convento, con báby, sentado en un banco,

Con sólo 4 añitos.

¡Que tiempos aquellos! Ya existía el torno.

Hoy parece que no han pasado mis casi 60 años.

Es extraña la sensación que tengo.

Veo el cambio que ha experimentado Campanario

en sus casas, calles y plazas, desde el año 50,

y no imagino ese mismo cambio ni nada que se parezca

en el interior del convento y sus patios.

Sus paredes rezuman “fe” la “fe” que nuestros antepasados

se gloriaron en transmitirnos.

Me gusta mi pueblo.

 

Se dice que por orden Episcopal

los dos sacerdotes que ofician los actos religiosos,

nos dejarán en septiembre.

Fecha en que nos enviarán otro sacerdote

para hacerse cargo de la parroquia.

Mucha fe hay que tener para enfrentarse solo

a un pueblo con tanta gente.

Mi pueblo, sin ser profundamente religioso,

asiste con devoción y respeto a todas las celebraciones.

Su patrona la Virgen de Piedra Escrita,

ya se encarga de mantenernos unidos en una misma fe.

Dios quiera que el próximo cura,

se adapte al sentir del pueblo

y el pueblo acepte la actual crisis

de vocaciones sacerdotales. Con todo ello…

Me gusta mi pueblo.

 

La fiebre de las viñas. El que no tiene una viña no tiene ná.

La caldereta se ha hecho popular.

La gotita de vino, los chascarrillos y los comentarios,

un día en mi viña y otro día en la tuya.

Que no decaiga la amistad sana y las buenas costumbres.

El vinito de pitarra que no falte.

Si no tengo bastante uva, la mezclo con la del vecino

y hacemos el estrujón a medias.

Los ibéricos y el jamón de huerta no faltará quien lo ponga.

Y como no podemos pasar dos días de espaldas a Dios,

nos llevamos un Santo, San Valentín,

al que pedir su protección y ayuda, como mínimo en el viaje de ida y vuelta.

¿Cómo no celebrar un día al año una romería en su honor

por las gracias recibidas?

El dicho de que la Iglesia, a lo largo de la historia,

adoptó fiestas como suyas cambiándoles el sentido y haciéndolas religiosas,

se volverá a repetir dentro de 500 años.

Y no dirán que esta fiesta-romería y la construcción de una ermita,

ha tenido su origen por aclamación popular.

Me gusta mi pueblo.

 

En los últimos años y viendo que el campo no da pa más,

se han creado nuevas empresas, del mueble,

del queso y de la crianza porcina

y un polígono que se vislumbra

a la izquierda de la Huerta Jerez.

Que Dios nos pille confesaos

si la gente se pasa al Corán,

si la leche de oveja produce colesterol,

o si se impone el minimalismo

y nos da por sentarnos en un cojín.

Me gusta mi pueblo.

 

Me gustaría que las distintas facciones políticas

se reconciliaran, redujeran tensiones, trabajaran unidas

y más que pensar en “de donde venimos”

se pensara en el “adonde vamos”.

Esto solo se consigue si el recuerdo de las dos Españas

que planea sobre nuestras cabezas,

se mete en un cajón y se tira al fondo del mar.

El pueblo que recuerda su pasado, está condenado a repetirlo.

Aun así,

Me gusta mi pueblo.

Diego Caballero “Levita”      17/7/06