Nos encontramos hoy en un pueblo, que dependiendo de las exigencias del guion, puede dar la apariencia de ser un pueblo fantasma o de estar profusamente habitado. Todo hecho con casas de madera a excepción de la estación de ferrocarril, semejante a tantos otros pueblos de los que estamos acostumbrados a ver en las películas del Oeste, que por qué no decir, podía tratarse del mismo que tantas veces hemos visto en muchas películas. En este caso, el pueblo, estaba ubicado en la provincia de Granada, en la comarca de Guadix, pueblo o poblado que acababa de ser instalado y ampliado, unido a otro poblado anterior con nombre de Flagstone City, al lado de la estación de La Calahorra; el mismo se ve remozado y pintado como si estuviese recién salido de fábrica, pero un poco solitario, en espera de un nuevo rodaje. En más de una ocasión se ampliaron las tomas de ciertas películas realizadas aquí y se siguieron filmando en el desierto de Tabernas (Almería). Películas que han comenzado su rodaje en un lugar y ha terminado en el otro. Parece ser que un tal Sergio Leone, italiano, compró o arrendó, por un periodo de 10 años, una serie de Has., terreno que rodea a la estación de La Calahorra. En las cercanías de dicha estación es donde se han rodado la gran mayoría de películas del Oeste que vimos cuando éramos niños (1960-1970) y se siguen viendo hasta la fecha. En Telemadrid y desde hace años se pueden ver todos los días, por la tarde, dos películas del Western. Hubo un subgénero denominado Spaghetti Western.
La historia que se relata a continuación la protagonizaron dos reptiles, allá por los años 1970-1975, y en breve se harán presentes para contarnos sus avatares. Podemos ver en este bagaje, con cambio de provincia incluido, como si se tratara de una emulación a los buscadores de oro, que la ambición de muchos aventureros les llevaba a cambiar de estado en Estados Unidos. Todos hemos visto en películas, como se formaban pueblos en un abrir y cerrar de ojos, atraídos muchos de sus visitantes por la fiebre del oro. En el caso que nos ocupa, no era el oro lo que motivó los cambios de provincia de nuestros dos protagonistas. Los estados involucrados en aquella época, y que rememoraban mediante películas los movimientos de campesinos buscando tierras cultivables, rancheros y todo tipo de buscadores de fortuna o un trabajo digno, se encontraban en California, Arizona, New México, Texas y México. Creemos que todas estas inquietudes, llenas de deseos de establecerse y crear una familia en el West, pudieran venir desde primeros del siglo pasado.
Estos protagonistas y aventureros de nuestro relato, no iban buscando oro, sino huyendo de algo más serio: la muerte.
En este pueblo, donde se produce el encuentro y el nacimiento de una bonita pero extraña amistad, disponían de todo lo necesario para que un numeroso grupo de colonos (aunque solo fuera en apariencia), se pudieran establecer y trabajar con ahínco en el desarrollo de sus granjas y otras actividades, y que pudieran dar trabajo a sagaces vaqueros y a profesionales en otras actividades, deseando de buena fe el que todos pudieran convivir. No olvidemos que lo que vemos en este pueblo, es el rodaje de películas en lo que todo es ficción, nada es real. Pero aquí no podía faltar un Hotel-Saloon, la oficina del Cherif, el herrador de bestias, el banco, barbería, establos, estación de ferrocarril, casas, tienda de comestibles, diversos almacenes del administrador, un hotel y como no, la iglesia, donde poder ir los matrimonios los domingos a misa de doce, acompañados de los hijos.
Como se puede ver, en este pueblo no faltaba de nada, pero hoy no había casi nadie, solamente el administrador de la propiedad y el personal de mantenimiento. Cuando estaban rodando alguna película, sí debía dar la apariencia de un pueblo real. En la actualidad, lo que aún se conserva de estos lugares, suele ser visitados por turistas, que para nada le restan aspecto de la época colonial, porque no se les ve cuando se está filmando alguna película. Cuando se trata de algo puramente espectáculo ahí están los turistas divirtiéndose.
En un almacén de la empresa productora, donde guardaban un sinfín de elementos empleados en los rodajes, que también aprovechaban un corral para almacenar cosas, en un apartado del mismo, tenían ese tipo de globos que vemos rodar por la calle en un día de viento, cuando quieren dar la apariencia de que el pueblo ha sido abandonado, o casi abandonado. Estos globos construidos con restos de plantas secas sin hojas, se nos hace creer que se han formado de manera natural como se forma una bola de nieve según va rodando. Y para hacerlos girar, me imagino que lo harán con un cañón de aire, si ese día el aire se escasea. Seguramente están construidos con una armadura de madera internamente, aunque por muchos restos de plantas secas que lleve en su interior no va a cambiar su aspecto. Dichos globos estaban almacenados en el corral y en uno de ellos en una especie de nido formado con ramitas secas y forrado como de algodones en su interior, se encontraba nuestro primer protagonista, un muy osado lagarto. Sobre todo, se metía en este nidito, cuando habían pasado los fragores del invierno; en el invierno se mantenía oculto en un profundo agujero entre un matorral y la pared del corral.
En esta época ya metidos en abril, había abandonado su letargo y se había hospedado en su casita del globo. Se sentía tan cómodo en este lugar que incluso cuando los sacaban a la calle para dar vueltas y le pillaba allí dentro, ni se estremecía, pasaba su rato circense y cuando se acababa, al corral otra vez. No era fácil localizar al lagarto en sus trasvases del agujero al globo y del globo al agujero, porque el corral tenía bastante vegetación. Esto puede parecer extraño, el nido en el núcleo del globo, pero más extrañas son las casitas que hacen los humanos en la copa de los árboles en algunos hoteles del caribe.
La sorpresa ocurrió cuando uno de estos días, a mediados de primavera, nuestro querido lagarto sintió la presencia de que un agente extraño estaba merodeando el espacio entre los globos, y, bajando de su nido a la base con el máximo cuidado de no hacer ruido, pudo observar con suficiente nitidez, que el intruso no era ni más ni menos que una serpiente. Asustado y creyendo haber sido descubierto, emprendió la huida a toda marcha, la culebra que lo ve, sale detrás de él y sí mucho corría uno más corría el otro, ya con la lengua por fuera el lagarto, se para en seco y le pregunta a la culebra: ¿Qué narices quieres? ¿Te parece bien el allanamiento de morada, que sin dignarte impetrar invades mi morada con el propietario dentro? ¿No sabes que estando yo en mi propiedad, con tu actuación cometes mayor delito? A lo que contesta la culebra: Te pido disculpas por el susto que te acabo de dar, pero mi intención no es hacerte daño. Me encuentro muy sola y aburrida, no hace mucho que he llegado a esta tierra desconocida para mí y lo único que pretendía es saber quién moraba en el globo, y si era de mi estirpe, mi deseo es entablar amistad con alguien que me comprenda. Tú eres de otra familia distinta a la mía pero tenemos una cosa común, vivimos mucho a ras del suelo, yo bastante arrastrada, pero tú no estás muy lejos. Ambos trepamos por rocas y árboles, pero tristemente nos ha tocado tragar mucho polvo correteando por el suelo. Estaría encantada de que fuésemos amigos y nos protegiésemos de estos brutos vaqueros que levantan tanto polvo con sus caballos, y sin ellos, lo que hace muy inhóspito frecuentar calles y caminos de este lugar. ¿Qué piensas lagartito? Que me gustan tus palabras, pero no sé si fiarme de ti porque entre nuestras familias nunca hubo deseos de llevarse bien en el pasado. Siempre anduvimos a la greña y el que más fuerza tenía daba muerte al otro si no salía huyendo. No sé qué hacer, pero viendo las cosas como están puede ser lo más acertado el llevarnos bien. De acuerdo, sellaremos un pacto con un abrazo y a partir de ahora nos daremos compañía. -Dice la culebra: mañana si no hay rodaje daremos un paseo por las traseras del pueblo. Quedamos a las doce de la mañana, que haya pasado un poco el frío; -era por abril
-Antes de separarse dice el lagarto a la culebra: ¿y tú dónde vives? Yo vivo en el corral de la herrería de al lado, el dueño no lo pisa apenas y se ha llenado de matorrales y yerbajos, así que puedo pasar desapercibida. Algunas veces el herrero viene al corral, y como es un poco guarro se mea en un rincón del corral, pero afortunadamente mi guarida está en el rincón opuesto y apenas me llega el olor.
¿Dónde nos vemos mañana y a qué hora? Dónde están los globos y dónde me has encontrado, -dijo el lagarto. -Dan las doce y aparece la culebra, se saludan y emprenden el camino hacia unas tierras de posío que están detrás de una hilera de casas con los corrales hacia el saliente, hacia el Este.
-Dice el lagarto: nos deberíamos poner un nombre, ¿qué te parece? Me parece bien, -contesta la culebra. ¿Cómo te gustaría llamarme? Te llamaré Paco que me trae muchos recuerdos. ¿Y a mí cómo te gustaría llamarme? -Dice el lagarto: Sibilina. Me gusta este nombre porque tú lo representas. -Dice Paco: Teníamos que mirar de hacer algo para divertirnos; ¿Tú qué hacías antes de conocerme, Sibilina? Pues yo una de las cosas que hacía, que me tronchaba de risa, era ponerme delante de un caballo y al instante el caballo se encaramaba de manos y si no a la primera sí a la segunda, tiraba el jinete al suelo. Respondió Paco: si hacías eso, ¿no sé cómo no te han matado de un tiro? No lo tenían fácil, yo siempre aparecía entre los arbustos y enseguida me escabullía desapareciendo. En cuanto apegarme un tiro no podían, sus pistolas no llevan proyectiles, son de fogueo. Esta broma la aprendí cuando yo vivía en un pueblo de Badajoz, que se llama Campanario, estaba en una finca al Sur que se llama el Hornillo. Este campo estaba todo lleno de encinas y desconociendo la razón, muchos agricultores empezaron a arrancarlas, algo que a mí me sorprendía pues los árboles tienen muchas funciones en la naturaleza, allí disfrutaba bastante. Los propietarios de aquellas tierras iban a labrarlas frecuentemente con sus bestias y sus aperos, volvían todos los días al pueblo hasta que terminaban la labor.
En más de una ocasión, y yo sin pretenderlo, cuando me cruzaba con algún agricultor y su yunta de mulas, nada más olfatear mi presencia, pues yo estaba cerca, o daban saltos o se encaramaban de manos tirando al agricultor al suelo.
Las labores en las tierras eran: arar, sembrar y segar, un año sí y otro no. Las tierras de secano se siembran con esa periocidad. Hoy, que por eso me vine, los agricultores llevaban unas máquinas infernales, que les llamaban tractores, con unas ruedas de goma muy grandes y con un ruido ensordecedor; esto ha sido la gota que colmó el vaso.
Era divertido, porque solían ir dos o tres hombres y se pasaban el día hablando, cuando no cantando, y el ruido de las voces me daba compañía, aunque no entendía todo lo que decían.
El alimento no se escaseaba. Había muchos nidos, ratones, un arroyo con ranas y sapos, y en los cumpleaños buscaba algún gazapillo. Lo que me producía mucha risa era cuando me descolgaba de una encina y caía encima de la cabeza del paisano, cuando este estaba comiendo y solo, se llevaba tal susto que salía corriendo retirándose unos metros, tiempo que aprovechaba yo para comerme los huevos cocidos o lo que pudiera de su fiambrera.
No he querido cortarte el relato, pero tenía ganas que terminaras para decirte que yo también soy de Campanario. La zona por donde yo me movía era de la fábrica a la estación, a la izquierda de la carretera, próximo a una plantación de eucaliptus. Los últimos años que pasé allí fueron bastante tristes, morían muchos de mi especie. Nosotros, tú sabes que nos alimentamos, entre otras cosas, de langostos y, cada día se escaseaban más; les echaban insecticidas para matarlos y que no atacaran a los cultivos de cereales, al final han acabado con ellos, pero mientras tanto sí los comíamos, pero estaban ya envenenados, y los más débiles de mi familia iban muriendo. No entiendo el por qué yo no he muerto también.
Recuerdo que hubo un depredador que le llamábamos “el del pincho”; llevaban un pincho de acero largo, lo metían en los agujeros donde nos escondíamos y si daban con nosotros, nos atravesaban el cuerpo y nos sacaban prendidos en el mismo pincho. Después, no contentos con eso, a todos los lagartos capturados nos atravesaban el cuerpo y nos ponían en otra varilla de acero y así llegaban al pueblo, haciendo alardes de ser el más grande cazador de lagartos, con veinte o más lagartos todos ellos ensamblados en dicha varilla de acero; muchos de ellos, mis amigos, los lagartos capturados, terminaban en el bar de Amador, frente a una puerta de la iglesia nuestra Señora de la Asunción, en Campanario. He tenido suerte y he podido llegar hasta hoy. Quiero decir en defensa de los cazadores de lagartos de aquella época, que muchos lo hacían para poder llevarse a la boca un trozo de pan y un plato de garbanzos. Se empezó a castigar esta práctica para evitar que alguien lo hiciera por deporte, como otras cacerías se siguen haciendo y están bien vistas. Lo que no se han planteado los humanos es que se están cargando a un sinfín de especies y no hacen nada para evitarlo. Yo cuando veía a lo lejos al del pincho, en lugar de meterme en mi agujero, salía corriendo en sentido perpendicular a la trayectoria que traía el paisano, y como no me había visto, siempre me salvaba de él. Con esta práctica y la que vino después, los humanos están a punto de acabar con mi especie, en Campanario ya han acabado.
Me habían hablado de que en la comarca de Guadix (Granada) y en el Desierto de Tabernas (Almería), regiones un tanto desérticas con zonas rocosas, y me pareció ideal trasladarme allí cuando decidiera dejar esta tierra. Me libré de la muerte varias veces, y en cuanto al veneno, sufrí una mutación que me hizo inmune y no pudo conmigo, pero me sentía bastante solo. Hasta que un día apareció en mi territorio un coche con matrícula de Almería, y me dije: ahora o nunca. El conductor, se comprende que había parado para estirar un poco las piernas, y sin que se dieran cuenta me coloqué en los bajos del coche. Sobre una chapa que protegía una parte sensible del motor, vi que era un lugar cómodo, excesivamente calentito pero que se podía soportar y este fue mi asiento.
Al llegar a la comarca de Guadix y viendo un pueblo de madera, me descolgué y busqué el mejor escondrijo. El coche había parado, porque el pueblo de madera impactó a los niños que iban en el coche, y le pidieron al padre que parara para echar una ojeada a este pueblo tan peculiar. Si yo me descolgué del coche fue porque en los últimos kilómetros venía observando que habíamos entrado en una tierra muy árida, lo que se conoce por una tierra hostil poco poblada, que era lo que yo venía buscando. Viendo el pueblo de madera pensé que era el lugar donde ruedan películas del Oeste y definitivamente decidí quedarme allí.
Anduve vagando unos días hasta que comprendí que no iba a encontrar un lugar mejor, me encontraba ante lo que sería mi escondrijo por algunos años. La zona rocosa estaba no lejos del pueblo y cuando familiares de actores y algunos turistas iban con sus vehículos allí a pasar el día, como yo había aprendido que en los bajos del coche hay espacio donde poder ir oculto y seguro, cuando veía los coches dispuestos en caravana para la excursión y que estaban solos, pues habían ido sus propietarios a comprar víveres a la tienda de enfrente, me subía y a esperar.
Después, cuando llegábamos a las rocas, oteando el lado del coche en el que no había nadie, me descolgaba y a correr, hasta que otro día hiciese lo mismo para el retorno. Estos días el lagarto se lo pasaba de cine, buscaba otros ejemplares de su misma especie y con actitud sumisa se presentaba a ellos y compartían el tiempo contando sus vivencias. Pero siempre volvía a su refugio, porque en los últimos años se acostumbró a vivir en soledad, aceptando que estas salidas a las rocas le venían bien pues le sacaba de su rutina.
Cuando tú me has visto, metido en el globo famoso, llevaba unos días en mi guarida urbana.
¿Y tú, Sibilina, cómo fue el venirte al poblado Flgstone en la estación de La Calahorra, que también le llaman Poblado Leone?, ¿Por qué elegiste este poblado en concreto? Yo como te digo, vivía en la finca del Hornillo, y llegó un tiempo en el que empecé a tener necesidad de cambio, siempre sin saber qué camino tomar, un día ni corta ni perezosa, me dije: me voy a ir al pueblo de los paisanos que vienen por aquí, cogí campo a través y me dirigí hacia lo que se conoce como la Caseta, en el término de Campanario, una vez allí me dispuse a descansar unos días, para después continuar la marcha hasta Campanario. Al lado de la caseta hay y había viñas y, en una casa cercana a la vía del tren unos ferroviarios tenían alojadas sus herramientas para la conservación de las vías; en uno de estos días puede entender en una conversación de los ferroviarios, que tres días más tarde pasaría un tren cargado de casas de madera, muebles y enseres que habían traído desde El Paso (Texas), hasta el puerto de Lisboa, con destino a estas zonas de rodaje, Granada, Almería. Toda esta mercancía la había comprado la empresa propietaria del poblado Flagstone City. Y todo ello venía de Estados Unidos. Allí cuando un pueblo llevaba ocho o diez años en uso frenético, lo cambiaban por otro nuevo y este lo vendían a un precio de ganga. Mira por donde, unos descendientes de Pizarro que vivían en Arizona y tenía buenas relaciones con la gerencia de El Paso, contactaron con el administrador de Flagstone y se lo ofrecieron a bajo precio, lo que dio lugar a una compra-venta. La mercancía acaba de llegar a Lisboa y dentro de tres días pasará un tren cargado con la misma, con dirección a Almorchón; parará puntualmente en Quintana de la Serena, para cargar una escultura de granito, homenaje que quieren hacer al promotor de esta emocionante, compleja y digna actividad de rodaje de películas, por haber elegido esta comarca.
-Y ya no es difícil imaginar. Se fue anda que te anda nuestra querido Sibilina, y cuando llegó a Quintana esperó al tren; nada más llegar el convoy se subió y se metió en una cántara, que bien serviría para echar agua o para echar tierra y plantar un arbolito. Sibilina pensó que nadie mira dentro de una cántara y en este sitio se encontraría segura.
El tren en Almorchón giró a la derecha, hacia Córdoba, Granada y Almería. Y desde la estación más cercana que era Guadix, trasladaron parte del material a un tren de vía estrecha que era el que llevaría la mercancía a estación de La Calahorra, el resto seguiría hasta el desierto de Tabernas (Almería). Casualmente, la cántara en donde se metió Sibilina se descargó en La Calahorra.
Y mirando al poblado, Paco y Sibilina con emoción, se dijeron: este es el pueblo que vino en el tren que pasó por Campanario.
Yo creo que por hoy ya hemos hablado bastante, ¿no te parece, Paco? Me parece bien. Así que vamos a darnos media vuelta y a nuestra madriguera, que triste y sola nos espera.
Unos días más tarde se volvieron a encontrar Sibilina y Paco, y Sibilina más dicharachera le dice a Paco: Te voy a contar una historia de las muchas que se cuentan de La Serena extremeña. Se sigue diciendo en Zalamea que allá por los años 1990 una enorme culebra habitó en los alrededores de un cortijo en el centro de un olivar a 2 km. de Zalamea. En dicho cortijo, vivía una familia humilde, la cual era visitada periódicamente por un sacerdote, pariente del dueño. Un día, a poco de llegar el sacerdote, se oyeron unos silbidos emitidos por la culebra en cuestión, lo que el sacerdote entendió que se trataba de una petición de comida. Al sacerdote se le ocurrió echarle en un recipiente algo así como un litro de leche y se lo puso en una esquina del patio del cortijo por fuera, viendo con asombro y temor como llegó la culebra y se bebió toda la leche. Parece ser que acertó en el tipo de alimento que le gustaba a la culebra. Cuando se bebió la leche vieron cómo se retiraba pausadamente. Si esto fue tremendamente insólito, más insólito fue que el hecho se convirtió en rutina, y cada vez que venía el sacerdote al olivar ya le traía su litro de leche y consiguientemente la culebra se lo bebía. Esperaba a que silbara y entonces le ponía el recipiente con el litro de leche. Fueron varios años en los que se repetía la escena hasta que un día no acudió y se quedaron algo tristes los habitantes del cortijo sin saber lo que le pudo ocurrir a su amiga la culebra. Este caso lo podríamos encuadrar con otros semejantes donde prima “una amistad” nacida de forma espontánea entre seres de distinta especie y los humanos no sabemos aún cuál es el origen que genera esta amistad, que a veces se prolonga en el tiempo. Para no ir más lejos, nuestra amistad no es de lo más natural le dice Sibilina a Paco, y sin embargo la hemos asumido con determinación y bastante naturalidad.
Paco, escuchaba atónito y cuando pudo salir de su asombro le dijo a Sibilina: No nos retiraremos mucho del poblado que hoy hay mucho movimiento. Han empezado el rodaje de una película y han venido un buen número de actores principales, extras y otros más secundarios, y de bulto.
De acuerdo, pero demos un paseo fuera de estos corrales que nos aprisionan. Sibilina, te contaré algunas vivencias acaecidas en mi territorio del lejío cuando yo vivía en Campanario. La zona es arenosa y esto significa que el subsuelo era todo una roca de granito; en la superficie aparecieron en su día algunos promontorios de granito, allí hice yo mi agujero y le llaman los de Campanario “La Peña Restrandera”, fuera de aquí se aprecian grandes extensiones de terreno en las que no hay grupos de piedra, pero la roca de granito está casi a ras de suelo.
Cuando salía a explorar mi zona y buscar algo de comida, debía tener la precaución de que no hubiera muchachos por allí, los muchachos ven un lagarto y los jefecillos del grupo eran capaces de matarme, para que el resto del grupo les tuvieran más respeto. Iban en grupo a la “Peña Restrandera” para hacer ejercicio y se divertían mucho subiendo y bajando arrastrándose por la peña. Era tanto lo que iban que la peña ya tenía una marca bastante pronunciada. La forma conseguida mediante el roce era a lo largo de la roca, de arriba abajo, como un arco invertido.
Algunas veces llevaban bocadillos y el olor a carne asada y a chorizo me motivaba a acercarme, el hambre solo la conoce el que la pasa y como he contado al principio los últimos años las pasé canutas. Recuerdo que un día me acerqué con el objeto de quitarles un bocadillo, el olor a comida me puso a cien y cuando llevaba la carne en la boca, me vieron los chavales y me rodearon, afortunadamente no tenían ni palos ni piedras en las manos, pero sus voces y sus movimientos me pusieron muy nervioso; no sabía ni que hacer, pero tenía que librarme cuanto antes de aquellos vociferantes chiquillos, observe al grupo fijándome en la estatura de todos y elegí el más bajito que supuse sería el más joven, me fui corriendo hacia él y de un salto me encaramé en su pierna y me prendí con la boca en el borde de sus pantalones que eran cortos, el niño muerto de pánico echó a correr separándose del grupo y cuando me vi a unos metros de distancia me descolgué y pies para que os quiero. No era fácil distinguirnos en esta zona arenosa, nuestra piel tiene un color parecido a la arena y a la hierba seca y aquel día puede escaparme. Como ves, Sibilina, no soy un lagarto pequeño y los niños cuando me veían no se atrevían a acercarse a mí si no llevaban en las manos algo para su defensa y para poder hacerme daño, y cuando yo huía, casi siempre me dejaban escapar; algunas veces como cuento me enfrenté a ellos ocurriendo de todo. Una vez me dieron una patada y me lanzaron a unos pocos de metros, cuando caí puse bocarriba haciendo el muerto; se preguntaron entre todos si alguno me quería llevar para casa y comerme, afortunadamente ninguno quiso. El que mandaba más dijo: cogerlo del rabo y tirarlo al arroyo, y al tirarme caí entre unos juncos eso fue lo que me salvó. Bueno querida, vámonos al corral que se nos hace de noche. Y hablando sobre la incertidumbre que conlleva vivir en un lugar nuevo, llegaron a su refugio y se despidieron.
Nuestros amigos, Paco y Sibilina, todas las tardes salían a dar un paseo, pero esta tarde ocurrió algo imprevisto, eligieron un itinerario diferente, se fueron por un lateral de la vía del tren en dirección a la costa, por donde iban los atracadores de trenes en sus caballos cuando querían asaltarlo.
Los dos amigos anda que te anda se alejaron bastante del poblado, y cuando volvieron ya era casi de noche. Al pasar al lado de la estación de La Calahorra, vieron como unos vaqueros estaban descargando del tren unas balas de alfalfa, entonces se detuvieron observando la maniobra. Las balas las bajaban enganchándolas con el gancho de una pluma desde el vagón. Todas tenían un asa en la parte superior, en el medio, unida al embalaje de unos cinchos. Siempre el asa debe quedar para arriba para facilitar su manipulación, sobre todo para la carga y descarga.
A Sibilina, viajera de trenes (recordemos su viaje desde Quintana hasta La Calahorra), se le ocurrió la idea de subir de nuevo al tren, viajando a la aventura, a donde el tren les llevara; sí sabían que el heno, la alfalfa, es alimento de caballos y vacas. Esto lo pensó porque dejaron medio tren por descargar. Y muy astuta como serpiente que es, se dijo: Si esta alfalfa la han descargado para los caballos de aquí, el resto del tren lo llevarán a otro poblado y a otro rancho. Paco no podía dar crédito a las palabras que estaba oyendo, porque Sibilina, además de pensar, también hablaba, y Paco se quedó sin palabras. Salta Sibilina: dime algo, querido, pues parece que se te ha comido la lengua el gato. ¿Acaso te preocupa abandonar tu madriguera porque te hayas dejado en ella cosas de valor? Paco reacciona y dice: No se trata de eso. El asunto es que no sabemos a dónde nos llevará este tren. Sibilina con su sabiduría innata, con otro golpe de luz, dijo: Si han descargado medio tren para los caballos y vacas que emplean para los rodajes, el otro medio lo llevarán a otro poblado de rodajes que también tenga algún rancho. ¿Qué más da? Paco se echa la manta a la cabeza y le dice a Sibilina: Si tú eres valiente, yo no me quedo atrás. Nos subiremos al tren antes de que se vaya, y arriba pensamos donde nos escondemos.
Cuando ya estaban arriba dice Paco: nos meteremos en una bala de las de abajo, por la parte donde está el asa, y cuando lo descarguen esa bala quedará arriba y saldremos mejor. A lo que contesta Sibilina: no es mala idea, pero podemos meternos en una bala de arriba que serán las que queden abajo y estaremos más cerca del suelo. Lo haremos así, dice Paco.
Estaban en el último vagón, e hicieron el agujero hasta el centro de la bala, tapando con alfalfa la entrada.
Al día siguiente, por la mañana, tuvieron la feliz fortuna de que les habían llevado a otro poblado similar al poblado Leone, donde también llevaron parte de la mercancía que vino del Paso (Texas), y no salieron de la bala hasta que no las llevaron a su destino; a un establo enorme, donde tenían todo lo necesario para la atención y cuido de los caballos y otro ganado; porque también había corrales con vacas. No tuvieron mucha dificultad para salir porque el lugar (almacén) no era cerrado, sí techado, y la bala quedó en un lateral que daba como a una cerca cerrada por una alambrada, salieron por un lateral de la bala y estaban a poca altura del suelo. Así que se vieron en el campo y con otra sensación de frescura. Como tenían todo el día para ellos, empezaron a zascandilear por los alrededores de las edificaciones, y a poca distancia se toparon con un río, cosa que les agradó sobremanera: agua, vida, ranas, sapos y culebras de agua.
Paco y Sibilina ya se habían recorrido casi todos los caminos del poblado, especialmente los menos transitados. Se fueron hoy por un camino que venía de las montañas, camino que utilizaba el director para las filmaciones de diligencias y cuando los vaqueros eran atacador por los indios. Salían de su territorio las montañas siguiendo a todo el que osaba pasar por allí. Estas filmaciones eran muy arriesgadas, de mucho peligro, tenían que coger velocidades supersónicas cuando el guion lo requería y esas velocidades siempre traían algún accidente. Cuando digo que nuestros amigos cogían este camino o aquel, me refiero a que iban en esa dirección, pero siempre por los laterales del camino, a unos metros de distancia. Los caminos para Paco y Sibilina eran intransitables por el polvo que tenían. El pasar de los caballos movían mucho la tierra y creaban mucho polvo.
Muchos de estos paseos de nuestros protagonistas, no eran solo para hacer piernas, porque Sibilina lo que podría hacer es barriga. Al tiempo los aprovechaban para cazar, al ir los dos juntos les era más fácil conseguir alguna presa que ofreciera resistencia. Con frecuencia encontraban nidos con huevos o pájaros distraídos. El resultado era que no les faltaba comida.
Según van hablando le dice Paco a Sibilina: Oigo un ruido todavía lejano de pisadas de caballos y vienen a una velocidad de vértigo. También oigo un sonido metálico como si se tratara de las ruedas de una o dos diligencias. Pon el oído en el suelo, Sibilina, y verás que es cierto lo que digo. Ahora ya más cercanos lo oigo con mayor nitidez. Percibo que esta velocidad tan extrema que traen no es propia de un viaje normal aún con prisas. Esto es propio de cuando van los caballos desbocados, sin control, y me temo que aquella curva del camino, tan cerrada, no la pasan sin volcar. ¿Y qué podemos hacer nosotros? Creo que no hay modo de evitar que en esa curva vuelquen las diligencias y den dieciocho vueltas llenando todo esto de cadáveres. Dice Paco: Solo nos queda que hagamos un intento evitando nosotros correr peligro. Y quizá tengamos suerte porque nos da el aire de espalda. Espero que no estén con catarro los caballos. Nos pondremos los dos en mitad del camino, todo lo más derechos que podamos y, si los caballos lograran percibir nuestra presencia seguro que pararán o al menos disminuirán la marcha. Si no paran, cuando estén muy cerca daremos un salto, uno a derecha y otro a izquierda para evitar que pase la diligencia encima de nosotros. Así lo pensaron y así lo hicieron. Se pusieron derechos en mitad del camino y cuando se iban acercando soltaban bocanadas de aliento por la boca para que los caballos pudieran percibir su presencia, y como se podía esperar, no pararon, pero afortunadamente disminuyeron mucho la velocidad y la terrible curva la superaron sin volcar. Cuando iban llegando al pueblo el impacto de las casas hizo que los caballos aminoraran todavía más la marcha y la entrada fue controlada por un vaquero que se subió a un caballo y pudo detener a la primera diligencia. El cochero en unos baches del camino fue lanzado al lateral, aún no se sabe si murió o sigue vivo. Y nuestros amigos Paco y Sibilina, con bastante ayuda del cielo, y por su noble acción, se salvaron de morir atropellados. Se fueron para la trasera del pueblo locos de contentos al ver que las diligencias no habían volcado y no había muerto nadie, incluso ni el cochero, que fueron enseguida a buscarlo con un botiquín de primeros auxilios. Luego se supo que los indios que persiguieron a las diligencias estaban de tal modo caracterizados que todos creyeron que eran auténticos, y los caballos se asustaron hasta desbocarse. Gracias a Dios todo terminó con un final feliz. Nunca se supo en el poblado que los viajeros se salvaron gracias a la intervención de los protagonistas de este relato o como dirán otros, de este cuento.
Paco y Sibilina fueron los artífices de esta buena acción. Ellos intentaron celebrarlo yendo al establo en el que dejaron la alfalfa y cuando hubieron ordeñado a unas bacas, y echado la leche en unas cántaras, en un descuido de los vaqueros se bebieron un litro de leche cada uno, leche calentita que acababan de ordeñar. Allí los dejé y no sé qué habrá sido de ellos pero espero verlos en la gloria.
Nota.- Recomendamos no tomar como reales los datos aportados en este cuento, aunque algunos sí lo sean, lo que hemos pretendido es incidir en los sentimientos de unas generaciones de las décadas 50 y 60 que son los que han vivido de cerca estas peripecias y lo que es más importante, estos trabajos agrícolas. Parte de ello se hace creer ilusoriamente que sucedió en Campanario, pueblo ubicado en la comarca de la Serena, en la provincia de Badajoz. Objetivo fundamental entretener, divertir y si se puede ser objeto de reflexión.
www.chambras.com Diego Caballero “Levita”
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