Las campanas de la torre
ya no repican, porque se han llevao a la Virgen de Piedra Escrita.
Al subir una escalera yo me acuerdo de Amador, de sus tapas de lagartos de insuperable sabor,
Las cigüeñas de enfrente hacen gazpacho, con su ruido atraen la vista de los muchachos.
Después de salir de misa el cuerpo lo pide a gritos, el unirte a los colegas y tomar unos chatitos.
Nada más verte en la calle te arrastra como un fetiche, despiertas y te ves dentro con amigos en Boliche.
Sales con idea de irte, te esperan pa merendar, cuando no falta el que dice la última, ahora si, en el amigo Tarrán.
Algunos disfrutan más cuando están independientes, se van a la tasca Berris y allí no los ve la gente.
Cuando todo esto pasaba se estaban apedreando, en el Puente a pocos metros los del Barrio y otro bando.
El domingo por la noche y quizá alguna mañana, la música era un derroche en el baile, “La Valeriana”.
La orquesta que era del pueblo y afinaba pa tocar, con acierto marca el tiempo nuestro amigo el sacristán.
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Predominaba el bolero,
con incursiones de cumbias, los airosos pasodobles, para los de más enjundia.
Amenazan con la cárcel pero poca gente va, por matar una gallina nos quisieron encerrar.
Nuestros padres ese día se iban hacer cordeles, si no pagan la gallina, nos ponen en los papeles.
Nada más venir el día medio pueblo está danzando, carros, bestias… la calle, de vida se está llenando.
Nos abrían el postigo, por la confianza gritan, a mi madre le decían: ¿Quieres bogaaaas, Manolitaaaaaa?
En Campanario el pescao venden a gritos, cuando llega mediodía ya les queda muy poquito.
También se vende la leche otros los bollos y el pan, las sandías y los melones que los traen del melonar.
Uvas anuncian gritando, que ya le quean poquitas, si no sales mu corriendo, la vecina te las quita.
Para endulzar el poema este otro verso yo arrimo, me voy al torno las monjas a comprarle unos mimos
Recuerda que son crujientes, dulces al paladar, aunque se caigan los dientes, me los voy a merendar. DC Levita – abril 2014
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